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REPROBADOS
1/16/2012
LEÓN BENDESKY
La disputa entre el Estado y el mercado está plasmada de modo abierto en la sociedad a escala global. Sigue provocando fuertes fricciones que, por ahora, se enmarcan en las economías más ricas en un entorno cada vez más recesivo con grandes ajustes presupuestales. Nada alcanza para superar la incertidumbre reinante.
Los políticas de corte liberal están puestas contra las cuerdas, sin hallar salida a una ya larga crisis y ante el embate de un conservadurismo más bien plano y que en algunos casos, como el de Estados Unidos, raya en la metafísica.
En este año recién estrenado no mengua la presión financiera que emana principalmente de Europa y se trasmite por diversos canales hacia el resto del mundo. Ninguno de los planes propuestos durante meses en el seno de la Unión Europea, bajo el liderazgo de los gobiernos de Alemania y Francia, ha conseguido poner un cierto orden en la gestión del ajuste económico provocado por la deuda pública y los déficit fiscales de varios países de la zona.
Sólo la inyección de dinero por el Banco Central Europeo ha calmado las demandas de los inversionistas en la deuda soberana y ha podido rebajar, mínimamente, la tensión sobre las tasas de interés.
Pero nunca es suficiente, pues la magnitud del ajuste de las cuentas públicas que se exige es incompatible para preservar una forma de cohesión social en esa región, luego del periodo de alto crecimiento económico hasta la crisis de 2008. Lo llamativo es la disposición de los gobernantes para hacerlo y, tal vez más aún, que la reacción social se ha mantenido a raya, lo que es muy indicativo de cómo están las cosas.
Las intervenciones de salvamento hechas en Irlanda, Portugal y Grecia no consiguieron acomodar las relaciones financieras y persiste la desconfianza en la capacidad de pagar las deudas. La acción política de los gobiernos aparece como errática e ineficaz, y la dinámica de la crisis queda en manos de los acreedores –los mercados–, que imponen las condiciones.
Ante un necesario e impostergable cuestionamiento sobre cómo se ejerce el quehacer político, las empresas calificadoras de la deuda juegan un papel decisivo pero cada vez más problemático. Estas son empresas privadas que fueron puestas en el centro del mercado de deuda por los reguladores gubernamentales para emitir una especie de certificación sobre la capacidad de repago de los deudores, en este caso los gobiernos.
El marco institucional de este arreglo es hoy inadmisible, nadie ha elegido a estos expertos, nadie controla o supervisa sus métodos de análisis y de calificación, hay posibles conflictos de intereses, pero se aceptan sus dictámenes como si fuesen inapelables. Los gobiernos se pliegan ante las calificaciones y ni patalean. Aquellos se justifican en la naturaleza técnica de su trabajo y en su neutralidad. Pero esto no se sostiene, Nadie regula a las calificadoras y sus acciones son muy onerosas en términos financieros y, sobre todo, sociales, que es el plano más relevante de toda esta discusión.
Mientras se configuraban las condiciones de la crisis asociada con las hipotecas chatarra, los reportes de las calificadoras no expusieron los riesgos inherentes y avalaron la exuberancia irracional de los mercados. Incluso cuando los grandes bancos de inversión apostaban contra sus propias colocaciones de deuda (véase el libroThe Big Short, de Michael Lewis), calificaban alto esos títulos. Hece unos días Santard &Poor’s rebajó la calidad de la deuda de Francia y Austria y aún más la de Italia, España, Portugal. En el caso de Grecia ya nadie piensa que se pueda renegociar la deuda.
Esto avala lo que parece ser un proceso en marcha que puede llevar a un desmantelamiento de la Unión Europea y del esquema del euro como moneda común. La situación en Hungría es muy sintomática de la que prevalece en la región. Además, esto impacta en las condiciones de fragilidad de mucho bancos de la zona. Ese es el núcleo de donde puede extenderse un nuevo episodio de crisis como el desatado por la torpeza en la gestión de la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008.
¿Y la política dónde ha quedado y dónde la capacidad social de reacción? Todo se pliega a los criterios del mercado y los dictámenes de las calificadoras. Esta especie de deriva es un rasgo sintomático que se hace cada vez más visible y contradictorio, también representa un riesgo mucho más grande que la misma deuda.
La transición por la que pasa hoy el capitalismo es, o más bien, puede ser un hecho relevante. El cuestionamiento está planteado; hasta el influyente diario Financial Times ha abierto una polémica al respecto que indica apenas los términos de un debate en ciernes y que está todavía muy restringido. La izquierda ha tenido muy poco que decir, lo que constituye otro indicador que no puede dejarse fuera del análisis.
Estos asuntos deben ser una referencia para la próxima temporada electoral que se abre en México. La administración gubernamental, las políticas públicas, las premisas de operación de las empresas y las instituciones financieras, las acciones de las fuerzas sociales y las posturas de los candidatos y los partidos no pueden mantenerse ajenas estos hechos y quedar reprobados también.
*Artículo publicado en La Jornada el 16 de Enero de 2012
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