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¿Y SU DINERO?

6/16/2014

LEÓN BENDESKY

Por definición, los bancos centrales temen a la inflación. Cuando aumenta el nivel general de los precios la moneda se deprecia, pues baja su capacidad de compra. Pero también temen a la deflación, ya que la caída de los precios elimina los estímulos para la inversión, denota un apocamiento de la demanda.

Hoy, en México, hay escasez de gasto en consumo e inversión. No se generan suficientes empleos y los ingresos se estancan en el mejor de los casos. La productividad no aumenta y se restringe el crecimiento de la economía.

Mientras eso ocurre, se reordena la asignación de los recursos en la producción y, al mismo tiempo, su apropiación entre los grupos de la población. La política fiscal del gobierno, mediante impuestos y gasto público, contribuye decisivamente a esta reordenación del uso y apropiación de los recursos. También lo hace la política monetaria del banco central.

El Banco de México ha planteado un nuevo objetivo para la tasa de interés de referencia en el mercado (la TIIE, o tasa de interés interbancaria de equilibrio). Este objetivo es de 3 por ciento, igual que la meta anual de la inflación, a la que se asigna un intervalo de variación de un punto por arriba o por debajo.

Esos son los objetivos. En tanto se consiguen o no, ocurren procesos en los mercados cuyas repercusiones no son triviales. La reducción de las tasas debería abaratar el crédito, siempre y cuando los bancos consideren rentable la ampliación de sus préstamos. Eso depende de la evaluación de los riesgos que representan los que toman prestado, sean negocios o individuos. Si el riesgo se considera elevado se raciona el crédito en favor de los mejores clientes. O bien se acrecienta en aquellos productos con más altas tasas, como tarjetas de crédito y aquellos con formas más seguras de cobranza, como los prestamos de nómina.

La reforma financiera se propuso como fin clave aumentar el crédito y abaratarlo. El banco central interviene ahora para reforzar tal fin. Las posibilidades de conseguirlo están muy acotadas en términos institucionales, en especial por la estructura muy concentrada del mercado y por la misma caída provocada del precio del crédito, o sea, la tasa de interés.

Otra faceta de este asunto tiene que ver con el ahorro. Se argumenta constantemente sobre la necesidad de incrementar el ahorro en la economía como fuente de financiamiento de la inversión productiva. El ahorro ha aumentado de manera significativa principalmente por la vía forzosa: mediante el sistema de ahorro para el retiro.

Pero la mayor parte de esos recursos se usan para financiar al gobierno. Lo mismo ocurre con los fondos de los bancos que se invierten masivamente en certificados de la tesorería (Cetes), por su escaso riesgo a pesar de su bajo rendimiento. Si a ello se agrega que una de las pautas de la política fiscal es el aumento del endeudamiento público para expandir el gasto, entonces la reducción de las tasas que promueve la política monetaria tendría el efecto primordial de abaratar la deuda gubernamental.

En tal caso habría una nueva distorsión en la asignación de los recursos en detrimento de los negocios y las familias. Esta es una clara opción política y de política pública, lo cual no significa que sea compatible de modo necesario con el objetivo declarado de elevar la tasa de crecimiento del producto y el empleo.

Para los ahorradores, la situación es muy onerosa. La tasa de inflación es de 3.51 por ciento en términos anuales (de mayo de 2013 a mayo de 2014) y la TIIE a 28 días es de 3.31, así que quien ahorra pierde dinero, pues éste vale menos cada vez que se usa para comprar. A quienes viven de una pensión les pasa lo mismo. Cada vez que la cobran, les rinde menos. La inflación en el rubro de alimentos, bebidas y tabaco fue de 4.76 por ciento en el mismo periodo, en las colegiaturas de 4.42 y en energéticos y tarifas autorizadas por el gobierno de 8.14. El dinero vale menos. Eso quiere decir que el rendimiento monetaria del trabajo vale menos.

Las menores tasas de interés atraen recursos al mercado de valores, donde los rendimientos tienden a ser mayores. En este caso una parte va a la especulación con acciones de las empresas que cotizan, no necesariamente a nuevas inversiones. Otra parte se va a colocaciones de deuda de empresas que se financian a menores costos que en los bancos. Para estos últimos no se pierden negocios, pues las principales casas de bolsa son parte de los grandes grupos financieros.

Una parte del valor del dinero y su relación con el poder de compra tiene que ver con el tiempo. Esto representa su cualidad esencial como reserva de valor, lo que equivale a poder comprar mañana o dentro de un mes o un año cantidades iguales de bienes y servicios. Mientras la inflación supere las tasa de interés esto no sucede. Los perdedores netos son quienes tienen ingresos fijos o a la baja para vivir, ya sea derivados de sus salarios o sus pensiones.



*Artículo publicado en La Jornada el 16 de Junio de 2014

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