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ENTRE EL DÓLAR Y LA PARED
8/22/2016
LEÓN BENDESKY
Durante varios años la política monetaria de los países más desarrollados ha estado marcada por las bajas tasas de interés fijadas por los bancos centrales. Esto responde a las condiciones de bajo crecimiento de la producción, que se han instalado luego de la crisis de 2008.
El entorno se agrava por la debilidad que persiste en diversos sistemas bancarios, como es el caso hoy de Italia. Los cambios en la regulación de las instituciones financieras no han propiciado la recuperación del crédito para la actividad productiva y prevalece el incentivo para la especulación en los mercados de dinero y de capital.
La fragilidad se extiende al mercado laboral, en cuanto a la cantidad del empleo, su calidad y los ingresos que se generan. Los fondos disponibles para la inversión son insuficientes, a pesar de las bajas tasas de interés, en un ambiente en que predomina la inestabilidad y el horizonte de las ganancias no se extiende de manera suficiente.
Una de las actividades más recurrentes de las empresas financieras, inversionistas, expertos diversos y los bancos centrales es prever qué decisión tomará la Reserva Federal (Fed) cada vez que se reúne el comité de operaciones de mercado abierto con respecto a la determinación de las tasas de interés.
Esta forma de especulación, que afecta la asignación de los recursos en la economía, es relevante puesto que la tasa de interés es el principal instrumento de política monetaria que tienen los bancos centrales para orientar la actividad económica. Los bajos niveles de la tasa de referencia de la Fed, que están entre 0.25 y 0.5 por ciento dejan muy poco margen de maniobra para incidir en el curso de la producción.
Mientras no haya indicios de que la recuperación de la economía es sostenible, la Fed no alza las tasas, pues teme que el crecimiento se contraiga. En ese momento estamos, luego de que en su última reunión el comité responsable evaluó que dicha recuperación no se ha consolidado. De ahí que en la próxima reunión de Jackson Hole la atención está centrada en lo que dirá Janet Yellen con respecto a las tasas de interés.
El presidente de la Reserva Federal de San Francisco ha propuesto que se eleve la meta de inflación para que, así, la tasa de interés recupere parte de su valor como instrumento de política. Esto es muy poco convencional, puesto que la función esencial de un banco central es mantener baja y estable la tasa de inflación. Esto indica la compleja situación general de la economía y las secuelas de la crisis que persisten.
Las previsiones de la política monetaria están estrechamente ligadas con el valor del dólar en los mercados internacionales. El caso es que el dólar ha mantenido su atractivo como reserva de valor, condición que ilustra el carácter de la crisis financiera que se aproxima a una década de duración.
Para una economía como la mexicana esto la pone entre el dólar y la pared, sobre todo cuando las condiciones de entrada y salida de divisas han expuesto al peso a la devaluación. La tasa de interés fijada por el Banco de México ya ha subido y es previsible que suba más.
La inflación que, según los datos oficiales, está todavía contenida, tiende a elevarse. La situación fiscal se debilita y subió de nuevo el precio de la gasolina. El nivel de la actividad económica se reduce de modo permanente; el gasto de consumo que lo sostenía se ha contraído y el financiamiento no alcanza a la gran mayoría de empresas que generan empleo.
La reforma energética, que ha sido la bandera del cambio en ese sector, no apunta a las expectativas tan positivas con las que fue presentada y aprobada en un Congreso dócil. Ahora se dice que Pemex está tan afectado financieramente que podría dejar de operar.
Un peso débil, una economía que crece poco y a la baja, exportaciones que dependen esencialmente de la demanda en Estados Unidos, son factores que entre muchos otros tienen a esta economía contra la pared. La estructura creada por el banco central para sostener la estabilidad financiera pierde solidez. En materia fiscal, el colchón de recursos que se creó al principio del sexenio con la reforma impositiva está perdiendo fuelle.
Este asunto general tiene implicaciones económicas y técnicas, pero las de carácter político son sumamente relevantes. En este caso valdría la pena utilizar la figura del fiduciario. Esto se refiere del modo más simple a una persona que actúa en interés de otra. Es responsable de administrar los activos de otra persona o de un grupo. Se le confiere la responsabilidad y la buena fe en dicha administración.
Los gobiernos son, de alguna manera que se define por las leyes y el modo en el que se ejerce el poder, agentes fiduciarios con responsabilidad sobre los activos de la población que gobiernan.
El fisco y los bancos centrales ejercen una responsabilidad de ese tipo y la cumplen sólo en la medida en que esos activos (monetarios, financieros o materiales) mantienen un cierto valor y, también en la medida en que ellos no se concentran crecientemente en menos manos. Pero ahí no acaba la responsabilidad fiduciaria, pues los activos públicos también se deprecian –incluso se pierden cuando se venden– y eso repercute adversamente y de manera directa en las condiciones del bienestar general.
*Artículo publicado en La Jornada el 22 de Agosto de 2016.
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