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EL VALOR DEL PESO
5/18/2015
LEÓN BENDESKY
Es un juego perverso el que domina la política monetaria en todas partes y desde ahí se afecta al resto de las políticas públicas. El juego está planteado por la Reserva Federal que define las reglas, marca los tiempos y controla las opciones de los demás jugadores. Las pautas están dadas por el regreso a la normalidad, es decir, a unas tasas de interés más elevadas luego de siete años de haber sido reducidas a niveles muy bajos junto con la enorme expansión de la cantidad de dinero para contener los efectos nocivos de la crisis financiera de 2008.
En meses recientes la Reserva Federal ha amagado con alzar las tasas, el dólar se ha apreciado y en conjunto se propicia un cambio en las paridades con las otras monedas, para las que es el referente. El dólar sigue siendo la principal reserva de valor dinerario. Cuando los rendimientos en dólares son bajos, los capitales se invierten en otras monedas para buscar un beneficio más alto, así ha pasado en este periodo con el peso. Las mayores tenencias de la deuda pública en manos de extranjeros es una muestra.
La mera posibilidad de una subida de las tasas por parte de la Reserva Federal provoca alteraciones en los tipos de cambio de las otras monedas y ejerce una presión interna sobre las tasas de interés. El Banco de México está de lleno en ese juego. Su principal objetivo es el control de la inflación y establece una meta en torno a 3 por ciento anual. Para lograrlo tiene que administrar el tipo de cambio frente al dólar, a pesar de que el régimen cambiario es de libre flotación.
Esta postura está expresada claramente en la minuta de la reunión de la junta de gobierno del banco del pasado 30 de abril, donde se dice que: “ante la perspectiva de normalización de la política monetaria en Estados Unidos, las monedas de la mayoría de las economías emergentes, incluido el peso mexicano, han registrado una depreciación… hacia adelante y dado que no pueden descartarse episodios de mayor volatilidad… que afecten la cotización del peso, se cuenta con los mecanismos de intervención en el mercado cambiario para preservar un funcionamiento ordenado del mismo”.
Esta postura del banco central considera que debe administrarse el tipo de cambio como una variable clave para el control de la inflación. Esta sola consideración incide sobre las decisiones de los principales agentes económicos que ejercen un mayor poder en el mercado y, así, se transmite al conjunto de la economía mediante las decisiones de inversión ya sea financiera o productiva. La constante en el desempeño de la actividad económica por más de dos años ya es la reducida expansión del producto, el empleo y sus remuneraciones.
Esta visión de la política monetaria tiene sus críticos. Se sostiene que el tipo de cambio debe dejarse depreciar para propiciar una realineación de los precios que favorezca la producción de los bienes que se comercian con el exterior y reasignar de esa manera los recursos en esos sectores con una mayor rentabilidad y empleo. Esto se ubica en la casi total apertura de la economía que se ha dado desde la mitad de la década de 1990 (véase, por ejemplo, la nota de J. Ros El tipo de cambio: tobogán sin fin, en la revista Nexos, mayo de 2015).
En el marco de la definición de la política monetaria esta alternativa tiene poco espacio. La crítica afirma que desde el punto de vista de la necesidad de abatir la sobrevaluación del peso, el mercado debe definir su precio con respecto al dólar. Y así, la realineación de los precios relativos de los bienes que se comercian con el exterior y aquellos que no son comerciables incidirían en una mejor asignación de los recursos en un entorno en el que crezca la productividad y el empleo.
Es claro que esa relación de los precios relativos tiene relevancia en la asignación de los recursos disponibles y en el patrón del crecimiento. Sin embargo, tanto la posición oficial como la crítica que se hace de la gestión cambiaria aparece como una reducción de las pautas de comportamiento de una economía como la mexicana en la que el conjunto de las distorsiones económicas, léase las condiciones sociales, políticas e institucionales, impactan de modo decisivo sobre las estructuras de los mercados, la generación del ingreso y de la riqueza, así como al destino y la apropiación de los recursos con los que se cuenta.
Hay pues, un asunto que remite a la concepción de cómo se administra el valor del dinero, su relación con el dólar y su efecto en las condiciones del mercado. Este es el ámbito técnico de la gestión del banco central, pero que no está desligado de las variadas condiciones que se entrelazan con el uso y la apropiación de los recursos. El centro de la atención recae en la inflación y de modo estrecho en la paridad del tipo de cambio (ya sea contra el dólar o un tipo de cambio real medido contra un amplio conjunto de monedas). La alternativa que favorece ir contra la sobrevaluación artificial se establece en el mismo entorno. Las consideraciones de este asunto crítico son necesarias, pero se concentran en el planteamiento de la relación entre precios y cantidades tan bien afinado en la economía contemporánea.
*Artículo publicado en La Jornada el 18 de Mayo de 2015.
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