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TOPE DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO

5/23/2016

LEÓN BENDESKY

La realidad tiene poco que ver con las estimaciones. Pero este no es asunto que preocupe demasiado a muchos economistas y tampoco a los políticos. Si se fija una tasa de crecimiento esperada para esta economía y luego se revisa a la baja varias veces durante el año, pues peor para la realidad; siempre habrá manera de explicarlo. Es ahí donde se pone la atención en los métodos para estimar el nivel de la actividad económica y sus consecuencias en la cada vez más repetitiva conversación (o monólogo) que se crea alrededor del PIB.

Desde hace tiempo el banco central ha explicado la trayectoria de la inflación con referencia en un concepto que es la brecha del producto. Este indicaría si el producto que efectivamente se mide es mayor o menor que el que se estima como el potencial, es decir, la cantidad máxima de bienes y servicios que se puede generar funcionando a plena capacidad, lo que implica una máxima eficiencia.

Vaya, que se trata de lo que se estima que crece el producto y lo que se estima que podría crecer en un momento determinado. Una medición pretenciosa, pero sobre la cual según dicen los técnicos se basa la política monetaria para determinar el curso de la inflación, mediante la tasa de interés y, también, la política fiscal para incidir sobre las decisiones de inversión y de consumo por medio del gasto público y los impuestos.

Si el producto efectivo está por debajo del potencial (una brecha negativa) las condiciones de la oferta y la demanda no presionan los precios al alza, si la brecha es positiva la inflación tenderá aumentar. La consecución de las metas de inflación en torno a 3 por ciento anual se basaba en la brecha negativa. Pero ahora esa brecha, según algunos analistas, se está cerrando.

Pero no se cierra necesariamente por razones de la asignación y uso de los recursos, por estar utilizando más la capacidad instalada, porque crezca la inversión o se eleven los ingresos de los trabajadores. Tampoco sería la consecuencia del impulso de los procesos de innovación o del cambio tecnológico. No, esto sucede porque la economía no da para más, no logra elevar su tasa de crecimiento más allá de 2.6 por ciento en promedio anual. Este es, según la visión más convencional, su estado natural. No importa si esto es mucho o poco, lo relevante es el tope.

La conocida empresa calificadora Moody’s emitió hace unos cuantos días una nota de análisis en la que trata este asunto. Dice: Dado que la economía se encuentra funcionando a tasas consistentes con su capacidad productiva, la brecha del producto se ha cerrado. Y concluye que no se necesitan más los estímulos de tipo fiscal y monetario, pues se generaría una inflación por encima del objetivo de 3 por ciento y, además, forzar un crecimiento del producto por arriba del actual provocaría desequilibrios macroeconómicos. Pues los técnicos economistas del sector privado y del gobierno conceden así que esta economía no da para más. Ni aumenta su capacidad de producción, ni rebasa su grado de ineficiencia actual, no cuenta con fuerza alguna que impulse su potencial de crecimiento. Pues que sea el 2.6 por ciento de crecimiento anual del producto y quien se quede fuera lo hará siempre en beneficio de una inflación controlada y de la preservación de los equilibrios macroeconómicos. Este es el mensaje político que tendrá que asumirse abiertamente. El poder tomado por los profesionales.

Decir que cualquier método de estimación de la brecha del producto está sujeto a un alto grado de incertidumbre es una simpleza. Eso se desprende de la estructura de la economía y sus cambios, lo que incluye las condiciones el mercado laboral en cuanto al empleo de la gente y sus ingresos, también, la situación de las empresas de distintos tamaños en diversos sectores, las condiciones financieras y las diferencias en el desarrollo regional.

Pero es, sin duda, más fácil tomar una medida de la brecha del producto y usarla de modo directo y sin filtros, sobre todo el que impone una seria consideración del estado de la sociedad. Así se pasa sin pausa alguna a proponer que los estímulos monetarios y fiscales son excesivos y en aras de la estabilidad macroeconómica admitir que solo se puede crecer al 2.6 por ciento. La receta es reducir el déficit fiscal de alrededor de 3.5 por ciento del PIB (¿será con menos gasto y más impuestos?) y subir las tasas de interés. Pocas variables para un problema tan grande.

A estas tasas de crecimiento máximo posible y según los datos de ocupación del Inegi al primer trimestre de este año, 63 por ciento de la población ocupada recibía un ingreso hasta de tres salarios mínimos, 12.5 por ciento recibía más de tres y 5.9 por ciento más de cinco salarios mínimos. La marginación social a este nivel en que la brecha del producto desaparece es un tema que cuando menos también habría que considerar técnicamente. Agréguese que la informalidad sigue siendo de 60 por ciento, que el país vive en buena medida de las remesas que llegan de Estados Unidos, la quiebra económica de estados como Tabasco y Campeche y el desplome del peso.

Según las consideraciones de la brecha del producto, apenas unas cuantas variables parecen necesarias para abordar el problema del límite de crecimiento de la economía mexicana. Ni ésta puede crecer más ni el análisis económico predominante puede ofrecer otra cosa.



*Artículo publicado en La Jornada el 23 de Mayo de 2016.

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