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EL SUQ DE DAVOS
1/27/2014
LEÓN BENDESKY
El reciente Foro Económico Mundial de Davos fue un verdadero suq con muchos intercambios de análisis de funcionarios nacionales e internacionales, opiniones de expertos y ofrecimientos de gobernantes que compiten para atraer negocios e inversiones.
Mientras en los países más ricos no se acierta aún a encauzar la salida afianzada de la crisis –ya en su sexto año–, en las economías emergentes las condiciones de relativo crecimiento y estabilidad macroeconómica se empiezan a resquebrajar. Alrededor de todo esto se acrecientan los conflictos políticos y regionales por todo el planeta.
Así se desprendía de los continuos y machacones reportes televisivos y periodísticos desde la población suiza, filtrados según los propios intereses de las empresas de noticias. Se mostró este bazar de reuniones y entrevistas donde fluían sin cesar declaraciones y reiteraciones sobre la situación económica y política prevaleciente.
El FMI señalaba lo sabido sobre la precariedad del crecimiento del producto, la fragilidad de los sistemas financieros, la creciente volatilidad de las tasas de interés y tipos de cambio. La OCDE hacía lo propio con los problemas de la productividad y los efectos nocivos de los flujos de capital. La OIT declaraba acerca del severo problema que representa el muy alto desempleo en el mundo. El Banco Mundial hablaba de la creciente pobreza y desigualdad social por todas partes. El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo dijo tener los recursos para acometer enormes proyectos de infraestructura. Las grandes organizaciones empresariales manifestaban su disposición a actuar y atender al desempleo, sobre todo entre los jóvenes. Todos aseguran saber qué tienen que hacer, al mismo tiempo, que dejan en evidencia su incapacidad para hacerlo.
Los funcionarios de la Unión Europea insisten con firmeza doctrinaria en que la austeridad es el único camino posible para enfrentar la crisis y alcanzar un ajuste, a pesar de los magros resultados obtenidos y su altísimo costo social. Las certezas expresadas contrastan con la evolución de las economías y las debilidades financieras que hay en ese continente. Nadie se atreve a avizorar cuándo habrá una inflexión al alza de las tendencias que se registran.
Los mandatarios latinoamericanos ofrecían grandes oportunidades de negocios en sus países, llamaban la atención sobre las reformas que han hecho; unas apenas en proceso. Y, en plena euforia, ocurría otra crisis cambiaria en Argentina. La repetición de una historia contada tantas veces y su efecto adverso se extendió por los mercados bursátiles de inmediato.
Otra vez, los organismos internacionales no acertaban a recetar otra cosa que la necesidad de proseguir con las reformas estructurales, a saber: flexibilidad de los mercados laborales (menos salarios y horas de trabajo); reformas fiscales (para que los gobiernos gasten más, aunque no necesariamente bien); más apertura comercial y financiera para aumentar los niveles de la productividad. Lo siento, pero no pude dejar de sentir eso que los alemanes llaman schadenfreude. Las caras de todos ellos no mostraban ninguna convicción sobre lo que estaban diciendo.
En medio de la crisis se está gestando otro duro embate por la apropiación de los recursos, y sus consecuencias en la distribución de la riqueza ya no sólo entre distintas naciones, sino de manera cada vez más evidente al interior de las mismas. En esto no hay conspiraciones, sino intereses. Y fuerzas relativas. Por eso es que el tema de desigualdad no pudo mantenerse al margen, reconociendo aunque fuese implícitamente las repercusiones de los procesos globales en curso desde hace muchos años, con los desplazamientos de los puestos de trabajo y las actividades productivas y con un predominio de los flujos de capitales que son los que dictan las políticas públicas. La pobreza no disminuye y la desigualdad crece.
Oxfam señaló que las 85 personas más ricas del mundo tienen una riqueza equivalente a la de 3 mil 500 millones de personas, la mitad de la población mundial. Esto queda como la leyenda de Davos 2014. Los expertos se desgranaron en considerar el problema esencial de la falta de trabajo en prácticamente todas partes, así como la reducción de los salarios y de los ingresos disponibles para consumir.
Así no puede haber ninguna recuperación económica. Un dato revelador es que en Estados Unidos las nuevas inversiones en manufactureras están signadas por bajas retribuciones a los trabajadores y con reducidos beneficios. Hoy esa economía está considerada ya como una de bajos salarios. Según el Centro de Investigación Automotriz, en 2012 la compensación promedio por hora en ese sector, incluyendo beneficios, es de 45.34 dólares frente 58.82 en Alemania, 45.77 en Francia, 41.65 en Japón y 39.04 en Canadá. En el otro extremo y con muy similares niveles de productividad están México, con 7.80; Brasil 18.78; Corea 25.74, y 4.10 en China. Ya veremos qué se dice en el suq de Davos en 2015.
*Artículo publicado en La Jornada el 27 de Enero de 2014.
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