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Revista Trimestral
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A LA MEDIDA

8/8/2016

LEÓN BENDESKY

La medición de la pobreza es una especialidad profesional. Saber cuántos pobres existen en una sociedad, o en todo el mundo, es de interés académico, político y técnico.

Por lo mismo, tiene objetivos diversos: promover el conocimiento de la estructura y el funcionamiento de la sociedad; ganar elecciones, controlar presupuestos públicos, movilizar recursos humanos, materiales y financieros e impulsar intereses partidarios; gestionar enormes fondos de organismos internacionales y, también, alentar determinadas preferencias ideológicas.

La pobreza que padecen muchos es, así, una ocupación, un trabajo, una fuente de ingreso y hasta de prestigio para otros y su entorno se convierte en un instrumento de control y poder.

La pobreza es una de las manifestaciones de las pautas que adopta la desigualdad en distintas etapas de la evolución social. Tiende a mantenerse aun cuando otros grupos mejoran su condición relativa.

Los pobres se cuentan, se estiman las variaciones en su número y su calidad de vida. En muchas partes no desaparecen, ni siquiera disminuyen de modo considerable y sobre todo duradero. En otras surgen cuando las condiciones de crisis arrecian y se hace muy difícil conseguir que superen esa condición. La sociología abunda en estudios al respecto.

La desigualdad ha existido siempre y hoy es motivo de interés, debido a que luego de una etapa de redistribución a partir de la crisis de 1929, se ha acrecentado de nuevo y de modo significativo en un proceso largo que abarca ya tres décadas y que se ha acelerado a partir de 2009. Estados Unidos y Europa son casos paradigmáticos de esta situación. La degradación económica de las clases medias es un hecho sintomático.

Existe incluso un catálogo de los niveles de pobreza. Se tiende una famosa línea que separa a los pobres de lo que no lo son. Lo pobre en este caso es la misma idea de que al superar una línea de ingresos, de la satisfacción de las necesidades básicas, o adquisición de capacidades definidas por los expertos, se deja de ser pobre o muy pobre o extremadamente pobre. Como si se tratara de un final de fotografía que se toma al llegar a la meta y se ganara la carrera por una nariz. Como si no se tratara de un proceso que admite retrocesos recurrentes dentro de los criterios previamente establecidos.

Dejar de ser pobre es un asunto complejo que entraña muchos aspectos relativos a la caracterización misma de una condición social, que abarca muchos otros que giran en torno de órbitas aledañas como son los derechos establecidos, el cumplimiento de las leyes o el entramado de las instituciones, las formas de la participación social y los mecanismos para generar ingresos constantes y suficientes.

He ahí una manifestación práctica de los límites de la democracia forma y de la disyuntiva eterna y engañosa entre repartir el pastel o hacerlo crecer primero. Y cuando crece, suele no incluir a los pobres o agrandar la desigualdad.

Medir la pobreza requiere de cifras, de estadísticas y de un consenso acerca de cómo se definen, cómo se recogen, cómo se trabajan y la forma en que se presentan para ser comparables en el tiempo. Es un verdadero proceso de producción y comercialización; se va convirtiendo en una mercancía.

Para eso, los gobiernos cuentan con dependencias encargadas de generar las estadísticas y mediciones requeridas, de usar los recursos públicos y sustentar el trabajo de los especialistas.

En el medio profesional en el que se trabaja con datos para analizar condiciones sociales se advierten dos cuestiones. Una es la dependencia de los modos de pensamiento que se genera con respecto a la masa de esos datos y la manera de usarlos y exhibirlos. Otra tiene que ver con las técnicas al uso que se imponen en el medio y definen su su tratamiento y la manera de exhibir los resultados que se obtienen y las conclusiones que se formulan.

Esto va, por ejemplo, de los censos de población a las encuestas de ingreso y gasto de los hogares; de la medición del PIB a los índices de precios; de la medida de la productividad y la eficiencia en el uso de los recursos a la holgura en cuanto producto existente y el potencial de crecimiento de la economía.

También atañe a los niveles de la pobreza y de la desigualdad. Hace un par de semanas se suscitó la acalorada disputa entre el Inegi, responsable de producir el Módulo de Condiciones Socioeconómicas y los cambios para captar el ingreso de las familias y el Coneval, que estima con ellos los indicadores de pobreza del país. El Inegi modificó los criterios que usa y las cifras nuevas no eran ya comparables con las anteriores, el Coneval reaccionó en contra.

Este no es un error técnico, sino una decisión que debió estar fundamentada en algún criterio que pasó por alto el efecto que tenía pues se disminuía significativamente el número de pobres de un año para el otro. Por eso, la disputa.

Hay quien, con sorna, dijo que al parecer había una satisfacción en los críticos del Inegi por poder contar más pobres. Pero a eso puede contraponerse que hay una cierta soberbia técnica en el Inegi y hasta un trabajo político mal tratado.

El Inegi tiene autonomía técnica y de gestión, pero eso no es suficiente pues debe estar aislado de compromisos políticos y separado del poder ejecutivo y de otra institución con carácter autónomo que es el Banco de México.



*Artículo publicado en La Jornada el 08 de Agosto de 2016.

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