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ALIMENTOS

1/10/2011

LEÓN BENDESKY

Los precios de los alimentos en los mercados internacionales han estado subiendo en los últimos meses. Según los índices calculados por la FAO, el nivel está ya por encima del registrado en 2008, año en que la carestía provocó incluso fuertes protestas sociales en algunos países.

El comportamiento de los precios de los alimentos es en general muy volátil. Esto se debe en principio a las condiciones naturales asociadas con su producción, como las alteraciones climáticas y ambientales.

Además, influye el modo de organización propio de esta industria, con las prácticas que inciden en la producción, el manejo de los inventarios y de la comercialización.

En este ámbito confluyen las acciones de las grandes empresas trasnacionales que controlan este negocio, por ejemplo en el caso de los cereales y otros alimentos, y las políticas públicas dirigidas a los productores –tales como las medidas sobre precios, financiamiento, impuestos y subsidios–, el almacenamiento y la distribución.

El equilibrio entre ambas fuerzas no es necesariamente estable y en ocasiones puede provocar serios conflictos económicos, con severas repercusiones sociales.

Hay pues una relación entre las condiciones naturales y los patrones de gestión del proceso de producir y distribuir los alimentos. Esta nueva subida de los precios ocurre luego de que la crisis financiera de 2008 atemperara el aumento anterior.

Pero hay ciertos factores asociados con cambios sociales que presionan los mercados. A las malas condiciones climáticas experimentadas recientemente en varias partes del mundo (sequías, inundaciones) y percances como los incendios, se superpone el aumento de la demanda de alimentos, sobre todo de carne en países con cambios en el ingreso de los trabajadores, como es el caso de China.

No hay una transmisión directa entre los precios a los que la FAO atiende y aquellos a los que los productos llegan a los consumidores finales. Esto tiene que ver con la determinación de la oferta y la demanda en distintos segmentos del mercado. Pero eventualmente el efecto llega hasta ellos. En Estados Unidos hay evidencias de que tanto los supermercados como los restaurantes de comida masiva para distintos estratos de consumidores resienten el cambio en los precios y buscan cómo trasladarlo.

Aquí se vincula el asunto con el complejo proceso de la formación de los precios y su impacto en la inflación. Las situaciones en diversos países son distintas, pero no debe perderse de vista que el reciente dato del Banco de México sobre la inflación en diciembre pasado de 0.5 por ciento, y en términos anuales de 4.4 por ciento, apunta al efecto de los precios de los alimentos. Este país importa masivamente maíz.

Pero el problema de los precios de los alimentos tiene ramificaciones relevantes más allá de los modos de operación de los mercados y de las políticas públicas que se aplican. Las prácticas de producción y consumo tienen un límite en términos de su sustentabilidad. Hoy en Alemania, por ejemplo, la producción de pollos y cerdos está afectada por una severa contaminación de dioxinas. La ganadería extensiva consume granos que pueden servir para la alimentación humana e influye en los precios. Hay un efecto que es al parecer muy relevante de la cría de ganado en la emisión de CO2 y el calentamiento global.

Esto apunta a otro tipo de cuestiones que tienen que ver con lo que se come y el efecto de una forma de producir que abarca hasta la publicidad, que influye decisivamente en los patrones de alimentación. Salirse de esos patrones es muy difícil, aunque su persistencia no sea eficiente incluso bajo los criterios más convencionales del funcionamiento de los mercados. Los movimientos que promueven formas alternativas de producción de alimentos y de consumo aún son marginales.

El tema tiene otro tipo de ramificaciones. Cada vez se trata más el asunto de los derechos de los animales frente a los métodos industriales de producción, incluyendo los aspectos de la reproducción, la crianza o los medios con los que se realiza la pesca, ya sea de manera extensiva o en granjas. Son cuestiones que a primera vista pueden parecer extrañas y hasta exóticas, pues las costumbres alimenticias y la actividad económica que se desarrolla a su alrededor están profundamente enraizadas.

A esto se deben sumar las repercusiones de los estilos de alimentación sobre los sistemas de salud pública, tanto en la capacidad material de provisión de los servicios como en su costo para el fisco. En México hay lo que parece ser una epidemia de obesidad, que tiene que ver de modo crucial con los hábitos de consumo de alimentos y de grasas animales.

Las aproximaciones a la cuestión de los alimentos son pues, múltiples. Modificar los patrones de consumo es un proceso difícil y de largo plazo. Hay muchos intereses de por medio en una serie de industrias variadas que forman una extensa cadena de producción.

Y añádase que mientras no haya un consenso en serio acerca de las políticas medioambientales a escala global, la producción de alimentos se asienta como una forma más de deterioro permanente y del uso ineficiente de los recursos disponibles que, por cierto, son finitos.



*Artículo publicado en La Jornada el 10 de Enero de 2011

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