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LA RECUPERACIÓN: VUELTA AL FUTURO

5/5/2014

LEÓN BENDESKY

El discurso de la recuperación económica está en marcha. Las evidencias no son aún decisivas. El horizonte es aún dudoso. Las interpretaciones son divergentes. Cualquier signo de mejoramiento, por incipiente que sea, es motivo de atención. En Estados Unidos los datos recientes apuntan a una mayor creación de puestos de trabajo, la tasa de desempleo, de 6.3 por ciento, es la más baja desde la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Pero sigue siendo muy elevada con respecto a lo que se consideraba la tasa natural antes de eso, y no cuenta a aquellos que han salido del mercado de trabajo. En España se canta victoria y se promete un escenario más halagüeño para este año y el siguiente. En México, los últimos y modestos datos sirven para anunciar que se retomará el crecimiento y que será más alto que el acostumbrado en las pasadas tres décadas.

Pero algo hay detrás de este renovado dinamismo y de este lenguaje técnico-político. O es que las cuentas económicas –agregadas a una escala nacional, o bien, desagregadas a la escala de las familias– no tienen ninguna secuencia. Es que son sólo cortes espacio-temporales sin consecuencias. Los saldos de la recesión son relevantes y no tan sólo feos recuerdos de algo que ocurrió, pero que una vez superado el bache es asunto del pasado.

Los gobiernos se instalan en el escenario de la recuperación y la ofrecen con diversos grados de convicción; a veces muy grandes. El diccionario define la recuperación como volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía. Hay, pues, un antes y un después. Pero no tienen por qué ser equivalentes como podrían sugerir los registros estadísticos y su uso convencional, y eso por el efecto mismo del paso del tiempo. Lo que se recupera no es lo mismo que aquello que se perdió. Piénsese como un efecto de la fricción, como una manifestación de la entropía; una medida del desorden de un sistema, de la energía que contiene y no es utilizable.

En España, por ejemplo, se ofrece crear 600 mil empleos en dos años, pero se perdieron un millón de las plazas destruidas en la crisis. De aquellos que volverán a tener un empleo habrá que ver cómo será el nuevo en cuanto a calidad, salario y prestaciones sociales. Y en el tiempo que ha pasado hay ya otros esperando un primer empleo que no han hallado, así que la recuperación no trata sólo de números, sino de personas concretas. El nivel de empleo de 2011 no se recuperaría, según se prevé, hasta 2018, pero habrá entonces más gente ofreciendo su trabajo. Ocho años corresponden a 10 por ciento de las esperanza de vida en ese país. ¡Vaya! Que no es poca cosa.

Se promete reducir los impuestos en 2 mil millones de euros, pero en sólo tres años de la crisis estos aumentaron 30 mil millones. Con eso cayó el consumo, la inversión y el nivel del producto se desplomó. El acomodo que esto ha exigido ha sido muy desigual y no cederá durante muchos años todavía. Las pensiones cayeron y sólo aumentarán 2.5 por ciento hasta 2017, lo que representa una pérdida de hasta tres puntos porcentuales del poder de compra. Debe agregarse la severa disminución de los servicios públicos, que afecta no sólo a la población de mayor edad, sino que corre a lo largo de toda la sociedad. Esto parece ser como una vuelta al futuro más que una recuperación de una situación pasada.

Hay, sin duda, una gran fuerza en el lenguaje económico y su uso político que lo convierte en algo bastante engañoso. Con las expresiones convencionales sobre la recuperación conviven hoy otras que apuntan a un nuevo estado de la dinámica económica. Se refiere al estancamiento secular como condición productiva y situación social que enmarca a las políticas públicas. Ambas son compatibles, pero tal cosa exige un replanteamiento profundo de la idiosincrasia asentada en la noción usual de qué es lo que se ajusta y lo que se recupera y cómo transcurre ese proceso.

No son casuales los elementos de la crisis de 2008, tampoco sus repercusiones ni su influencia en las políticas públicas y su proyección hacia adelante. Tampoco es casual que el tema de la desigualdad se haya vuelto tan visible y ocupe una parte significativa del análisis de las consecuencias de los duros ajustes impuestos sobre la sociedad. Cuando se ajustan los presupuestos y con ello se asignan los recursos disponibles conforme a ciertos criterios, entre ellos los que son eminentemente financieros y por algo será así en esta fase del desenvolvimiento del capitalismo, tiene que haber consecuencias sociales de suma relevancia. Detrás de la recuperación está la forma del ajuste y sus manifestaciones políticas. Detrás está la capacidad real de resistir o aun de eludir las consecuencias del ajuste. Detrás están los límites apreciables que amparan las condiciones técnicas que lo sustentan. La recuperación puede volver a poner a la desigualdad en la retaguardia.

Detrás de la recuperación están las cuestiones básicas que tienen que ver con los procesos de la generación de la riqueza, de su uso, su distribución y apropiación del excedente. El pensamiento sobre la gestión de la economía y su práctica están amarrados a la concepción misma de qué es lo que se recupera y cómo se distingue de lo que se perdió. Para muchos no será ni igual ni más.



*Artículo publicado en La Jornada el 05 de Mayo de 2014.

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