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LÍMITE DE LAS POLÍTICAS PÚBLICAS

6/13/2016

LEÓN BENDESKY

El gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, declaró hace días, en la reunión de consejeros de BBVA-Bancomer, que la política monetaria, que está a su cargo, está llegando al límite para impulsar el crecimiento económico.

Aunque en realidad el crecimiento ha sido apocado durante todo el periodo que abarca esta administración, la política monetaria, vista en los términos en que se define convencionalmente en los bancos centrales, ha conseguido sostener la estabilidad macroeconómica. Esto se expresa en la inflación y en las tasas de interés. Esto, insisto, no es equivalente con el impulso de la expansión productiva.

La inflación es un proceso complejo y las medidas que hace regularmente el Inegi indican una contención del alza general de precios, pero no expresan de modo suficiente las diferencias en los distintos segmentos del ingreso de los hogares. Las tasas bajas de interés no han estimulado la inversión de modo significativo. En cambio, castigan el ahorro y premian las transacciones de muy altos montos o de plano de carácter especulativo, como ocurre con las acciones o los bienes raíces.

Otro asunto relevante de la política monetaria tiene que ver con el tipo de cambio. En meses recientes el peso se ha depreciado fuertemente respecto del dólar. Esto constituye una fuente innegable de distorsión en los mercados de bienes y servicios y, sobre todo, en el financiero.

La deuda del gobierno se ha hecho menos apetecible para quienes colocan ahí su dinero. Los inversionistas la venden, compran dólares y los sacan del país. Esto ocurre al tiempo en que la deuda pública está en un nivel muy alto y contribuye a una mayor volatilidad general y al deterioro de las expectativas sobre las condiciones de la economía.

La situación de poco crecimiento del producto, presiones sobre los precios y las tasas de interés, la depreciación del peso y la carga de la deuda son los elementos que caracterizan hoy la economía mexicana. Aparte están las presiones externas que son adversas: la lenta recuperación del mercado estadunidense, la fragilidad de la Unión Europea y Japón, la declinación de China y los conflictos sociales y bélicos no auguran un escenario más positivo.

Así que la política monetaria ya no puede impulsar el crecimiento, lo que –cuando pudo hacerlo fue insuficiente– tendrá que modificarse por las cuestiones antes señaladas.

Queda la política fiscal. El mayor logro en este campo ha sido el incremento de la recaudación derivada del alza de los impuestos. Por lo demás, los caminos están cortados: Pemex cuesta una fortuna, el estímulo al consumo se sustenta en el crédito, que también llega a sus límites en una población con ingresos que son, en general, precarios; la deuda pública se infla y va a costar más darle servicio con alza de las tasas, y el tipo de cambio no impactará necesariamente en un renovado crecimiento y tampoco la hará en el corto plazo.

Robert Skidelsky, biógrafo de Keynes, cuestionó hace poco lo que llama la falsa promesa de las tasas negativas de interés. Esta ha sido la política de la Reserva Federal, del Banco Central Europeo y del Banco de Japón para intentar paliar las fuerzas que mantienen el bajo crecimiento económico. Recuerda que Keynes decía que si el gobierno no puede pensar en nada más sensible que hacer para amortiguar el desempleo, como construir casas o enterrar botellas llenas de billetes y luego desenterrarlas, entonces será mejor que no haga nada.

Basar las medidas de la recuperación productiva en las tasas de interés solamente es, añade Skidelsky, una acción desesperada de los gobiernos que no pueden pensar en otra cosa. Y no pueden hacerlo por el dogma de reducir el déficit público. En México la mayor presión fiscal es el déficit primario, o sea, la diferencia entre lo que entra al gobierno (impuestos, etcétera) y lo que gasta en mantener a los funcionarios y operar las políticas públicas; no considera el pago de la deuda.

El gasto público sigue ajustándose, es decir, reduciéndose, y si las medidas monetarias ya están en el límite es previsible que el crecimiento siga siendo escaso y en un entorno de creciente volatilidad, o de plano que haya una recesión.

Las bajas tasas de interés y la compra de activos financieros por los bancos centrales se han topado con que los receptores de ese dinero no lo gastan. Para que la mayor cantidad de dinero se ponga en circulación lo tiene que gastar el gobierno.

Esto puede no gustar a muchos, sean tecnócratas o libertarios; puede parecer una panacea a los populistas, que no lo es, por supuesto. Pero así funciona el capitalismo, lo que es más aparente cuando las condiciones son de poca expansión o, de plano, recesivas.

Y mientras esto ocurre, las reacciones ya están en curso. George Soros, muy consciente de lo que hace, está cambiando sus inversiones de acciones a oro, apostando por una fuerte caída de los mercados de capitales. Las previsiones de instituciones financieras y de calificadoras de riesgo apuntan a que esta economía se asiente y se contraiga. Y el escenario de una victoria electoral de Trump o incluso un ajuste de las formas de comercio e inversión vigentes por Hillary Clinton luego de la exitosa campaña de Bernie Sanders están en el horizonte.



*Artículo publicado en La Jornada el 13 de junio de 2016.

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